La Asunción de María y la Soberanía de Dios

Hoy, 15 de agosto, España entera se reviste de fiesta para honrar a la Reina que, coronada en el Cielo, es elevada en cuerpo y alma a la gloria eterna: la Santísima Virgen María, Madre de Dios. La Asunción no es un mero recuerdo piadoso, sino la proclamación de una verdad eterna: que la soberanía pertenece sólo a Dios, y que toda autoridad legítima en la tierra se funda en Él, no en la voluntad cambiante de los hombres.

María fue asunta al Cielo porque primero fue toda de Dios en la tierra. Su “fiat” —ese sí pronunciado en Nazaret— fue la plena obediencia a la ley natural inscrita por el Creador en el corazón de la criatura. En Ella se cumplió la perfecta obediencia, por encima de toda “ley positiva” que pudiera oponerse a la verdad.

La ley natural, reflejo del orden divino, precede y juzga a toda ley humana. La razón, cuando es recta, la reconoce; pero si se tuerce por el pecado, puede llegar a negarla. La ley positiva, cuando no brota de esa raíz eterna, se convierte en mera imposición sin justicia. María nos muestra que la verdadera libertad es obedecer a Dios antes que a los hombres.

Este principio fue faro en la gesta de la Reconquista. Durante siglos, nuestros antepasados no se sometieron a un poder que negaba al verdadero Dios, porque sabían que ningún decreto, pacto o conveniencia política podía anular la soberanía de Cristo sobre las almas y las naciones. Como María, dijeron “sí” a Dios y “no” al error, luchando con la oración y la espada hasta recuperar para Cristo nuestra España.

Hoy, la Asunción nos recuerda que, así como la Virgen fue elevada al Cielo, también los pueblos que se someten a Dios son levantados a su dignidad verdadera. España sólo será ella misma si se arrodilla ante Cristo Rey, bajo el amparo de María Reina. El mismo “sí” que venció en Nazaret y en Covadonga es el que debe resonar en nuestros corazones y en nuestras leyes.

¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen María, Reina Incorrupta y Asunta a los Cielos!

Director proyecto Con San Pelayo.
— Luis Gonzaga Palomar Morán

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