529: La Oración Perseverante por la Ordenación de la Inmigración: Una Esperanza en Dios

La oración es el primer acto del alma que busca la justicia de Dios. Como enseña Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae (II-II, q. 83), orar es “proprium rationis”, es decir, un acto propio de la criatura racional que se dirige a Dios para recibir lo que por sí misma no puede alcanzar. Por eso, cuando el orden social y espiritual se ve amenazado o desbordado, la primera respuesta del cristiano no es el temor ni la reacción impulsiva, sino la súplica humilde, constante y confiada a Dios.

En el caso concreto de la inmigración musulmana en España —fenómeno complejo que toca el tejido cultural, espiritual y político del país—, es esencial que los fieles invoquen al Señor para que se dé una ordenación justa, prudente y conforme al bien común, sin odio ni indiferencia, pero tampoco con ingenuidad o pasividad. La Iglesia nunca ha negado el derecho de los países a proteger sus fronteras, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2241), que afirma que los gobiernos pueden regular la inmigración “teniendo en cuenta el bien común” y estableciendo condiciones legales prudentes y justas.

La historia de la Iglesia muestra cómo, ante situaciones similares, los cristianos recurrieron a la oración colectiva como primer escudo espiritual. Las bulas papales desde el siglo VIII al XI, como las emitidas por san León III, Juan VIII o Benedicto VIII, llamaban a la oración del pueblo cuando las invasiones y tensiones ponían en peligro el orden cristiano en Europa. Incluso se convocaban procesiones y rogativas para pedir protección divina y claridad política.

Orar por unas fronteras controladas, por unas deportaciones justas y humanas, y por la conversión de todos los corazones involucrados no es contrario a la caridad cristiana, sino expresión de ella. Dios es orden, no confusión (cf. 1 Cor 14,33). Y por eso, el cristiano debe pedir que se dé un orden justo también en la circulación de personas, especialmente cuando existen riesgos para la fe, la seguridad o la identidad de los pueblos.

Santo Tomás también enseña que la oración debe ser insistente (Summa Theologiae, II-II, q. 83, a. 15), y que “cuanto más se reza, más se dispone el alma a recibir la gracia que se pide”. El Señor mismo nos enseñó a orar “siempre sin desanimarse” (Lc 18,1). Por eso, es vital que no se ore una sola vez, sino muchas. Cuantos más sean los que recen con intención pura, tanto más puede Dios disponer el corazón de los gobernantes, los ciudadanos y también de los inmigrantes, para que se dé un orden verdadero, y no un desorden que dañe a todos.

Los Padres de la Iglesia insistieron en que Dios actúa en la historia a través de la oración del pueblo fiel. Como dijo san Gregorio Magno: «La oración del justo es el cimiento de las decisiones del cielo». Por eso, la esperanza cristiana nos impulsa a no mirar los desafíos sociales solo con ojos humanos, sino con fe: “Dios proveerá” (Gn 22,8). No sabemos cómo ni cuándo, pero sabemos que lo hará si lo buscamos con confianza, humildad y perseverancia.

Que esta intención por una inmigración ordenada y justa, iluminada por la caridad y guiada por la razón y la fe, sea parte de nuestro Rosario diario, de nuestras Misas y vigilias, de nuestros corazones y de nuestras decisiones.

Director proyecto Con San Pelayo.
— Luis Gonzaga Palomar Morán

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