Blas de Lezo: el almirante católico que desafió imperios

En estos primeros días de agosto recordamos el nacimiento de Blas de Lezo y Olavarrieta, ocurrido probablemente el 3 de agosto de 1689 en Pasajes (Guipúzcoa), aunque la falta de un acta bautismal ha generado cierto debate sobre la fecha exacta. Desde su juventud, fue educado en la fe católica, una constante en la vida de los marinos españoles del siglo XVIII. Su formación y valores estuvieron profundamente marcados por el catolicismo, entendido no solo como religión, sino como parte central de su identidad personal y profesional. En el Imperio español, la defensa de la patria incluía también la defensa de la fe, y Blas de Lezo encarnó ese ideal con firmeza.

Esa convicción religiosa y su lealtad al rey le impulsaron a dedicar su vida al servicio de España, incluso tras haber quedado gravemente mutilado: perdió la pierna izquierda en la batalla de Vélez-Málaga (1704), el ojo izquierdo en Tolón (1711), y quedó con el brazo derecho inútil tras la campaña de Sicilia (1714). A pesar de estas heridas, continuó su carrera militar con brillantez, alcanzando el rango de teniente general de la Armada, uno de los más altos en la jerarquía naval. Su figura fue esencial en momentos clave de la historia imperial, especialmente en América, donde la amenaza británica se hacía cada vez más presente.

Proezas documentadas de Blas de Lezo:

  • Batalla de Vélez-Málaga (1704): participó con solo 15 años y fue gravemente herido.
  • Batalla de Tolón (1711): perdió el ojo izquierdo.
  • Campaña de Sicilia (1714): quedó con el brazo derecho inutilizado.
  • Recuperación de Mahón (Menorca, 1720): participó en la reconquista del puerto ocupado por los británicos.
  • Defensa de Cartagena de Indias (1741): enfrentó a una flota británica de casi 200 navíos y más de 20.000 hombres con solo 6 barcos y unos 3.600 hombres, logrando una victoria decisiva que frenó la expansión británica en América.

La vida de Blas de Lezo refleja una combinación excepcional de valor militar, sentido del deber y una fe que formaba parte inseparable de su identidad. Su legado, a menudo olvidado, es hoy reivindicado como símbolo de resistencia, estrategia e integridad moral. Fue, en el más pleno sentido del término, un soldado del Imperio y un defensor de su fe.

Director proyecto Con San Pelayo.
— Luis Gonzaga Palomar Morán

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