En tiempos antiguos, cuando Israel estaba dividido y los corazones se apartaban del Señor, el rey Acab y la reina Jezabel promovieron la adoración de Baal como culto oficial (1 Reyes 16:31–33). Los altares al falso dios se multiplicaban, y quienes se mantenían fieles al Señor eran perseguidos. En medio de aquella apostasía, el profeta Elías proclamó: «¿Hasta cuándo claudicaréis entre dos pensamientos? Si Yahvé es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él» (1 Reyes 18:21). Este clamor no fue una defensa de “libertad” para todos los cultos, sino una afirmación radical de exclusividad: solo Yahvé es digno de adoración, y rendir culto a otros dioses es idolatría.
Cuando en nuestros días se alza la bandera de la “libertad religiosa” como igualdad entre todas las creencias, conviene recordar que, según la Escritura, Dios nunca colocó su verdad en pie de igualdad con la mentira. El apóstol Pablo advierte que 20 No, afirmo sencillamente que los paganos ofrecen sus sacrificios a los demonios y no a Dios. Ahora bien, yo no quiero que ustedes entren en comunión con los demonios. (1 Corintios 10:20), lo que significa que detrás de los cultos falsos hay realidades espirituales opuestas a Dios. A la luz de esto, la promoción indiscriminada de cualquier culto no es neutral, sino que puede equivaler a abrir las puertas al mismo espíritu que impulsó la adoración a Baal.
El mensaje del Evangelio es categórico: «12 Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación». (Hechos 4:12). Jesús mismo afirmó: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6). No hay un pluralismo en el que Cristo comparta su trono con otros “caminos”; hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (Efesios 4:5).
Director proyecto Con San Pelayo.
— Luis Gonzaga Palomar Morán