Monseñor José Guerra Campos: firme ante la deriva de la Conferencia Episcopal

En la historia reciente de la Iglesia en España, pocas figuras han suscitado tanta admiración entre los fieles de sensibilidad tradicional como monseñor José Guerra Campos (1920–1997), obispo de Cuenca y antiguo secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Su trayectoria fue un ejemplo de fidelidad a la doctrina católica, de prudencia sobrenatural y de amor a la Patria, aun cuando ello le llevó a alejarse de los centros de decisión eclesial.

Un servidor fiel en tiempos convulsos

Ordenado sacerdote en 1944 y con una brillante formación filosófica y teológica, Guerra Campos sirvió como profesor y más tarde como obispo auxiliar de Madrid. Fue llamado a desempeñar el cargo de secretario general de la recién creada CEE en 1966, en plena aplicación del Concilio Vaticano II. Desde esa posición, participó intensamente en el ordenamiento pastoral y doctrinal de la Iglesia española.

El cambio de rumbo y la llegada del cardenal Tarancón

A comienzos de los años setenta, con el nombramiento del cardenal Vicente Enrique y Tarancón como presidente de la CEE, la Conferencia adoptó una orientación más abierta a la política de la Transición, al pluralismo ideológico y a un diálogo con el mundo que, en no pocos aspectos, se apartaba del enfoque confesional que Guerra Campos consideraba indispensable para la vida cristiana de la nación.

El obispo de Cuenca no podía ignorar lo que percibía como una cesión de principios: un debilitamiento de la proclamación íntegra de la doctrina social católica y una tendencia a supeditar el Reinado Social de Cristo a consensos meramente humanos. Estas desviaciones —desde su punto de vista— ponían en riesgo la misión evangelizadora y la unidad espiritual de España.

El progresivo alejamiento de la CEE

Sin estridencias pero con firmeza, monseñor Guerra Campos fue reduciendo su participación en las asambleas plenarias de la Conferencia. No se trataba de una renuncia a la comunión eclesial, que siempre mantuvo incólume, sino de un acto prudencial: evitar la complicidad con una línea de acción que juzgaba contraria al bien común temporal y espiritual.

Su postura se fortaleció en contacto con sacerdotes y laicos comprometidos con la tradición, entre ellos miembros de la Hermandad Sacerdotal Española, quienes defendían la integridad de la fe y la liturgia frente a los abusos doctrinales y pastorales que comenzaban a extenderse.

Una voz profética

A lo largo de los años, Guerra Campos alzó la voz contra leyes y corrientes que minaban los fundamentos de la moral cristiana, denunciando con claridad los peligros del relativismo, el laicismo y el olvido del orden sobrenatural. Fue, en ese sentido, un verdadero pastor bonus que, siguiendo la enseñanza de Santo Tomás de Aquino, supo discernir que la caridad pastoral no es mera condescendencia, sino amor a la verdad y al bien de las almas.

Legado

El alejamiento de Guerra Campos de las sesiones de la CEE fue el signo visible de una tensión que aún late en la Iglesia: la tensión entre la fidelidad intransigente a la verdad revelada y la tentación de adaptarse al espíritu del mundo. Su ejemplo recuerda que, como enseña la doctrina tomista, la prudencia y la fortaleza son virtudes necesarias para gobernar y perseverar en el camino recto, incluso cuando ello comporte incomprensión o aislamiento.

Hoy, su figura se mantiene como referencia para quienes desean que la Iglesia en España vuelva a proclamar sin ambages que Cristo es Rey de las naciones y que toda autoridad temporal debe someterse a la Ley de Dios.

Director proyecto Con San Pelayo.
— Luis Gonzaga Palomar Morán

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