727: La verdad compartida como la mejor prevención ante las catástrofes

Cuando pensamos en la prevención frente a catástrofes —ya sean naturales, sociales o existenciales— solemos centrarnos en la preparación individual: almacenar provisiones, aprender técnicas de supervivencia, asegurar un plan de emergencia. Todo esto es necesario, pero insuficiente. Lo que con frecuencia se pasa por alto es la dimensión psicosocial: cómo mantenerse en pie, sin caer en la desesperación ni en la locura, cuando lo imprevisto golpea con fuerza.

La verdad como refugio colectivo

En situaciones extremas, lo que más erosiona a las personas no es únicamente la escasez de recursos, sino el aislamiento y la mentira. La mente humana necesita un punto de anclaje: la certeza de que lo que se percibe y se siente puede compartirse sin distorsiones. La verdad, cuando es vivida en comunidad, se convierte en el suelo firme que sostiene al grupo.

Un individuo puede resistir mucho, pero nadie soporta por demasiado tiempo la carga de una realidad percibida en soledad, especialmente si todo alrededor parece colapsar. La prevención más poderosa es tener un grupo de gente que viva en la verdad, que la busque y la sostenga, incluso cuando es incómoda.

Cuando el grupo no existe: desarróllalo.

No siempre se encuentra de inmediato un círculo así. A veces uno mismo debe impulsarlo. ¿Cómo? A través de la conversación honesta, abierta y perseverante. Hablar de lo que ocurre, compartir percepciones, escuchar sin filtros y sin manipulación: ese es el modo en que se funda una comunidad de verdad.

Al principio bastan dos personas que deciden no engañarse mutuamente. Con el tiempo, ese núcleo puede crecer. Y no se trata de grandes gestos heroicos, sino de algo más sencillo: la constancia de hablar con sinceridad y de escuchar con la misma disposición.

Octavillas y eventos indirectos

Curiosamente, no siempre se necesita un encuentro formal para que esa comunidad germinal empiece a formarse. A veces, pequeños gestos indirectos logran abrir grietas en el muro de la incomunicación.

Unas octavillas dejadas en la calle con un mensaje honesto, una invitación a reflexionar, una frase que alguien necesitaba leer. O un evento aparentemente menor —una charla improvisada, una proyección de cine, una reunión cultural— que se convierte en el terreno fértil donde surge la conversación verdadera.

Estos actos, aunque modestos, funcionan como señales de humo que permiten reconocerse entre quienes buscan lo mismo: una comunidad anclada en la verdad.

Conclusión

La preparación material es importante, pero no basta. Frente a la incertidumbre, la mejor estrategia preventiva es no estar solo en la verdad. Construir, sostener y cuidar un grupo humano que dialogue con sinceridad es el modo más eficaz de evitar la desintegración interior ante la catástrofe.

Porque al final, resistir no es solo sobrevivir: es mantenerse cuerdo.

Director proyecto Con San Pelayo.
— Luis Gonzaga Palomar Morán

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